sábado, 28 de febrero de 2009

Gregorio I el Grande

Mucha gente se sorprende o, casi hasta se ofende, cuando les hablo de mi devoción por Chiquito de la Calzada.

Es como si eso supusiera un desdoro para el que confiesa esto. Pues me da igual, aunque sus días de gloria hayan pasado, poca gente me ha hecho reír tanto como él.

Cuando lo vi por primera vez, me asusté con su salto del sofá, su chiste a gritos, su forma de hablar atropellada y esos movimientos con el cuerpo humano, me creía que le había dado algo a este hombre.

Lo importante en Chiquito no son los chistes, que suelen ser bastante malos y con unos finales bastante flojos, sino como te los cuenta, su cante flamenco, su bailoteo espasmódico, el sentido que le da a palabras ya existentes (duodeno, por ejemplo), términos o expresiones nuevas (fistro, morirás después de los dolores), onomatopeyas (jarrll, ajáiiiiiin) o los palabrajos (acapiporla, apiticáun mor nau), todo esto envuelto a menudo en un surrealismo maravilloso.

Hay un montón de chistes suyos que me encantan, pero para no poner clásicos como los de Quiero mi mona o El concejal de Cuenca ahí van otros 2 que también me gustan mucho:

1. El chiste del perro del mariquita



2. El chiste del orejón



Gregorio Estebán Sánchez Fernández. Genio y figura.


No hay comentarios: