Se acaba el aire que pesa, que te arropa, que te agobia. Se acaba la boca pastosa tras la siesta de rigor, de rigor casi mortis, porque a veces te levantas de ellas más muerto que vivo, como en un cuento de Juan Rulfo.
Se acaba el lorenzo que te abrasa y que deslumbra, se acaba ese sol que apunta a todas partes con sus dedos de cobre y que no sabe lo que es dar un descanso.
Se acaba el summertime donde ni la vida es fácil ni saltan los peces, se acaba este verano en la ciudad donde el asfalto hierve y las papeleras sudan.
Se acaba el calor, la calor, lo que llaman buen tiempo, se acaban las chancletas, las piscinas a rebosar, las avispas en la tortilla, los niños con sus chapoteos y los antisistema descamisados de sandalias reventadas y pies negros.
Se acaba todo esto y aún así siento algo de bajón, como cuando te arrepientes de no haber ido a una fiesta que a lo mejor hasta estuvo bien.
Se acaba el verano y uno empieza a revivir. En Córdoba, el período de hibernación es el verano.
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