lunes, 12 de julio de 2010

París

Cuando uno está en París, ya tiene la sensación de haber estado allí tras haber sido retratada en tantos cuadros, películas y documentales. Pero, como en todo, no hay nada como the real thing.

Al principio quieres abarcarlo todo y te pegas sesiones maratonianas de museos, léase el Louvre, el de Orsay, Pompidou o el de Cluny, que te dejan impresionado pero a la vez saturado por lo inabarcables.

8 horas en el Louvre te dejan una sonrisa beatífica del Renacimiento y los pies como unas ruinas etruscas. Dejas a la gente que se agolpe para ver La Gioconda y uno se queda tranquilito viendo Las bodas de Caná que hay enfrente, La Crucifixión de Mantegna o El niño mendigo de Murillo que está en una esquina y que es una obra maestra absoluta por su uso de la luz y por su crítica social sencilla en la forma y descarnada en el fondo.

Luego vas a lo monumental con esas 10 enormes victorias que custodian la tumba de Napoleón I que realmente acojonan, la subida al final de la torre Eiffel, ese Panteón con su cripta donde Rousseau y Voltaire cuyas tumbas, como en la vida real, están enfrentadas o esos animales mitológicos de la torre de Notre-Dame que sabes que no vas a olvidar en la vida.

Notre-Dame simplemente es punto y aparte. St Germain es bonita, St Sulpice también, St Séverin y la Sainte Chapelle increíbles, la Madeleine misteriosa, pero Notre-Dame es sencillamente la catedral más grandiosa en la que he puesto los pies junto a la de Burgos. Me senté para contemplar el altar en lo que pensaba que eran 10 minutos y se me pasó una hora y cuarto sin darme cuenta.

Aunque para mí, lo mejor de París es pasear ya sea por las grandes avenidas como los Campos Elíseos, las plazas como la de los Vosgos o la Concordia o mejor aún, cerca del Sena y contemplar los puestos de libros, láminas y discos antiguos, los puentes, los distintos monumentos que se vertebran a ambos lados del río o simplemente ver la vida pasar.

En uno de los últimos días caminando cerca de la orilla, en uno de estos bateaux-mouches de qualité oí salir una versión de Caminemos en versión jazzera que me dejó tocao, porque es que no hay semana que no me dé caza el bolero este. Causalidades de la vida.

Pero una de los cosas que más impresionado me dejó fue encontrarme en el distrito 14, en un sitio donde aparentemente me estaba saliendo de todos los mapas, la Square Montsouris, un lugar que es más que un lugar, es un estado mental, un remanso de paz donde la hiedra trepa por las paredes de las casas con tejados a 2 aguas y ventanales de estilo art-decó. En pocos sitios me he sentido más tranquilo en mi vida. Eso sí, con pinta de ser caro de narices, ahí sólo tirar de la cadena debe costar lo que aquí un cubata.

Como curiosidad, en el parque de Montsouris, en ciertos bancos al sentarte se activa un dispositivo y te sale la voz de una tía recitando versos con tono calentorro, aunque a mí más bien me sobresaltó.

Gracias a Juan por la hospitalidad y guía en cuestiones de metro, pato y los misterios de la fecha de caducidad. Sobrevivimos al cóctel Père-Lachaise-La Défense con cerveza calentorra y a la caipirinha sobrecargada de cachaça del garito de ambientación mejicana.

Antes de irme vi allí el mejor partido de España en el mundial y aquí la final contra la selección de los Países Bajunos. No se puede pedir más.

Mañana a currar otra vez. Je dois toucher un salaire, mon ami.


2 comentarios:

corduba dijo...

Si es que eres un romanticón !!!
Queremos post de la final del mundial ya !!!

Javi Meskalina dijo...

Dan ganas de ir!!
Saludos.